El hombre es básicamente bueno y su
naturaleza es compasiva, dice el Dalai Lama. Cientos de estudios científicos
avalan esta afirmación, indicando que la agresividad y el comportamiento
violento está influido por factores biológicos, sociales, situacionales y
ambientales; y todo ser humano desea ser feliz y ser tratado con consideración,
respeto y afecto.
Cuando creemos en esta premisa básica,
nuestra visión del mundo cambia y somos más felices.
La existencia humana está llena de
esperanza aunque no haya nada que pueda garantizar nuestro futuro.
Reflexionar sobre qué es lo que le da significado
a nuestra vida nos permitirá establecer prioridades y utilizar bien nuestro
tiempo para ser más felices.
Los seres humanos están cada día más
aislados. Se jactan de ser independientes pero no se dan cuenta que solamente
para poder existir en este mundo dependen de infinidad de personas que trabajan
para que puedan continuar viviendo, alimentándolos, vistiéndolos y ayudándolos
a mantenerse saludables.
Muchos tienen dificultades para
relacionarse y no saben cómo establecer vínculos, tienen miedo al rechazo y
mantienen un estilo de vida solitario.
La única forma de abrirse a los demás es
acercarse a ellos con una disposición compasiva, creando un ambiente positivo y
amistoso. Esa actitud abre la posibilidad de recibir afecto y de recibir una
respuesta positiva de la otra persona.
Pero la gente está esperando que sean los
otros quienes actúen primero en forma positiva en lugar de tomar la iniciativa.
La compasión activa la perfección que está
presente en el interior del hombre. El otro es indispensable y todos los
aspectos de la vida de cada uno son el resultado del esfuerzo de los demás.
Es crucial la importancia de acercarse a
los demás con una actitud compasiva y la empatía es un factor importante para
apreciar el sufrimiento del otro.
Hay un nivel básico humano que trasciende
las diferencias secundarias, tenemos una estructura física común, una mente,
emociones, hemos nacido del mismo modo y todos moriremos. Todos deseamos
alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Este es el terreno básico común
para acercarse al otro.
La primera impresión que nos produce una
persona puede ser equivocada, porque todo cambia cuando conocemos y valoramos
los antecedentes de quien estamos tratando.
Una verdadera relación se consigue
conociendo la naturaleza profunda del otro.
El Dalai Lama nos dice que para construir
una relación sólida se necesita afecto verdadero, compasión y respeto mutuo.
La compasión puede definirse como un
estado mental libre de agresividad, y de intenciones violentas. Es una actitud
mental que desea liberar a los otros de sus sufrimientos, con compromiso,
responsabilidad y respeto.
También la compasión desea cosas buenas
para uno mismo y este paso es fundamental para empezar a ser compasivo con los
demás.
Existen dos clases de compasión, la que
incluye el apego y la expectativa de recibir lo mismo del otro y la verdadera
compasión que es la que está libre del apego.
La compasión es el reconocimiento de los
derechos genuinos del otro, no se relaciona con nuestros intereses personales y
es el único modo compasivo que genera amor.
Cuanto más comprendemos el sufrimiento del
otro tanto mayor será nuestra capacidad de compasión.
La compasión no es masoquismo porque se
asume voluntariamente el sufrimiento del otro con un propósito más elevado.
En el fondo, las personas crueles son
infelices porque sufren una angustiosa sensación de inseguridad y temor,
incluso mientras duermen.
El desarrollo de la compasión y el
altruismo tiene un efecto positivo sobre la salud física y emocional.
Las pruebas científicas apoyan claramente
la postura del Daai Lama acerca del valor de la compasión. Estudios realizados
en la Universidad de Harvard demostraron que la estimulación de los
sentimientos compasivos de las personas eleva sus niveles de inmunoglobulina A,
que es un anticuerpo que ayuda a combatir las infecciones respiratorias.
Otras investigaciones realizadas en la
Universidad de Michigan revelaron que realizar trabajos de voluntariado con
regularidad aumentaba espectacularmente las expectativas de vida de las personas
que realizaban este trabajo y probablemente, también aumentaba su vitalidad
general.